Durante mucho tiempo, demasiado
tiempo, se consideró que la violencia contra las mujeres era un problema
privado que no debía ni podía comentarse en público, menos aún denunciarla. Se
esperaba que las mujeres que eran víctimas de agresiones por parte de sus parejas las sufrieran en
silencio.
Las que denunciaban no podían
contar en ningún caso con una respuesta.
Eso está cambiando. En parte
gracias a que los roles: masculino y femenino tradicionales, han experimentado una transformación
importante, también debido a la
concienciación de que la violencia de género, es una vulneración de los
derechos humanos, y la mayor muestra de desigualdad entre hombres y mujeres.
Esto hace que un mayor número de mujeres pueden llevar la vida que quieren por
sus propios medios y trabajar en parcelas de la economía y a todos los niveles.
Y Que nadie se llame a engaño: se
trata de un problema que tiene que tomarse muy en serio. El estudio de la
Agencia de los Derechos Fundamentales, basado en entrevistas a más 42.000
mujeres en los 28 Estados miembros de la UE, ha demostrado que un tercio de
todas las mujeres en la UE han sufrido violencia física o sexual en algún
momento de sus vidas.
Esta cifra es impactante, pero
hay otras.
Una de las formas más nuevas y siniestras de
violencia contra la mujer es el acoso cibernético, que afecta a las jóvenes en
particular. Se ven inundadas de mensajes abusivos por teléfono, correo
electrónico y plataformas sociales. Una quinta parte de las mujeres de entre 18
y 29 años de edad lo han. Algunas empresas de medios sociales han sido
notablemente lentas en su respuesta.
En la cuestión de la igualdad de
trato en el trabajo, que muchos consideran un problema del pasado, nos queda
todavía camino por recorrer. En España, el 50 % de las mujeres entrevistadas
declararon que habían sufrido acoso sexual, muchas de ellas en el trabajo. Y el
hecho de tener estudios superiores o un puesto directivo no las protege. En la
UE, el 75 % de las mujeres que ocupan puestos de alta dirección lo han sufrido.
No estamos hablando de un
problema marginal de un grupo marginal, sino de la mitad de la población. Por
eso necesitamos redoblar nuestros esfuerzos para eliminar la violencia contra
la mujer.
Una forma de hacerlo es a través
de la legislación. Otra forma debe ser mediante una cooperación mayor y
reforzada entre la policía, las empresas, los médicos y otros profesionales
sanitarios. Pero sobre todo, tiene que promoverse un debate público a todos los
niveles de la sociedad, que contrarreste la normalización de la violencia y el
acoso contra la mujer en nuestra cultura e insista, en que el hecho de agredir
a una mujer es inaceptable.
Para ello, los hombres tienen que
verse implicados —e implicarse ellos mismos— en el debate. No es ningún
secreto.
Los autores de las agresiones
contra mujeres son mayoritariamente varones. Por consiguiente, es obvia la
necesidad urgente de cambiar ese rol masculino que justifica no solo el uso de
la violencia contra la mujer, sino también contra la sociedad en su conjunto,
si queremos combatir con eficacia la violencia contra la mujer.
No debemos ser pesimistas. Hace
apenas dos años entró en vigor el Convenio del Consejo de Europa sobre
prevención y lucha contra la violencia contra la mujer, el llamado Convenio de
Estambul: España es uno de los ocho Estados miembros de la UE que lo ha
ratificado. Se trata de un paso en la dirección correcta. Las cifras que hemos
obtenido en la Agencia de los Derechos Fundamentales son impactantes. Pero nos
ayudan a revelar la magnitud del problema y, con ello, a romper los tabúes que
lo rodean. Ese es, también, un paso en la dirección correcta. Para seguir
recorriendo ese camino, tanto hombres como mujeres, tenemos que preguntarnos a
nosotros mismos: ¿qué puedo hacer?
#BastaYa #NosQueremosVivas
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