Revista Hola
Encajonada entre las provincias de Málaga y Almería, la Costa Tropical granadina se extiende a lo largo de 100 kilómetros de acogedoras playas y limpias calas.A lo largo de sus poco más de 100 kilómetros de litoral, Granada tiene mucho por lo que sentirse agraciada. En esta franja reina un clima cálido y bondadoso, de largos y soleados días, de tardes eternas y noches estrelladas. Granada tiene la dicha de juzgarse agraciada por muchos motivos: posee una hermosa capital, un puñado de idílicas comarcas y una costa que presume de poseer un microclima subtropical único en la Península. No es extraño, por tanto, que en este bienaventurado matrimonio de mar azul y verdes montañas germinen exóticos frutos, que sólo parecen concebirse en latitudes más meridionales. Torreones y vetustas fortalezas se extienden a lo largo y ancho de la Costa Tropical. Son viejos baluartes que en otro tiempo ejercieron como centinelas de un hostil y tumultuoso Mediterráneo, poblado de piratas y truhanes. En medio de tanto vestigio histórico se extienden diáfanos campos, donde arraiga la caña de azúcar y los árboles frutales. Los pueblos son como minúsculas manchas blancas en medio de los largos cerros y los rugosos valles.
Almuñécar
Antiguamente, La Herradura era un humilde caserío de pescadores. Hoy es un emporio turístico entre Cerro Gordo y la Punta de la Mona. Su bahía acoge playas naturistas, como la de Cantarriján, y puertos deportivos, como el de Marina del Este, convertido en los últimos años en concurrido santuario para los amantes del submarinismo. La carretera N-340 es un cordón umbilical entre los pueblos de la costa granadina. A la salida de La Herradura se suceden las curvas y las pendientes, los anchos miradores y los profundos barrancos. Almuñécar queda tras ellos. El más antiguo de los pueblos de la comarca tiene en la playa de San Cristóbal su más identificable postal turística. El paseo marítimo se alarga entre altas y generosas palmeras. A medio camino se yergue la estatua en bronce de Abderramán I, aquel príncipe Omeya que desembarcó una mañana del año 755 dispuesto a convertir Córdoba en capital de Al-Andalus. Arribó aquí, en este mismo lugar, en un pueblo que siglos antes acogió a fenicios, atraídos por la pesca y la caridad de los fértiles montes.
Panorámica de la Playa de la Herradura.
Almuñécar está coronada por un castillo árabe. A sus pies se dispersan las calles y las plazas. El Museo Arqueológico toma asiento en la Cueva de los Siete Palacios, un lugar de ensueño, donde los objetos antiguos parecen cobrar vida. Pero no acaban aquí las tentaciones. Necrópolis fenicias, fábricas de salazones y torreones vigías conforman un patrimonio histórico de incuestionable valor. Almuñécar posee además un parque ornitológico, que reúne ciento veinte especies distintas de aves.El paisaje que une esta localidad y Salobreña es reconfortante. Las plantaciones de caña de azúcar llegan hasta la misma playa. De vez en cuando se advierte la presencia de algún ingenio azucarero, construido en el siglo XIX por acaudaladas familias de la zona.
Panorámica de la Playa de la Herradura.
Almuñécar está coronada por un castillo árabe. A sus pies se dispersan las calles y las plazas. El Museo Arqueológico toma asiento en la Cueva de los Siete Palacios, un lugar de ensueño, donde los objetos antiguos parecen cobrar vida. Pero no acaban aquí las tentaciones. Necrópolis fenicias, fábricas de salazones y torreones vigías conforman un patrimonio histórico de incuestionable valor. Almuñécar posee además un parque ornitológico, que reúne ciento veinte especies distintas de aves.El paisaje que une esta localidad y Salobreña es reconfortante. Las plantaciones de caña de azúcar llegan hasta la misma playa. De vez en cuando se advierte la presencia de algún ingenio azucarero, construido en el siglo XIX por acaudaladas familias de la zona.
Salobreña
Salobreña es el pueblo más bello de la Costa Tropical. Sus casas sonblancas, insultantemente blancas. Una fortaleza árabe corona el cerro. El caserío se difumina a sus pies, entre una pronunciada maraña de calles tortuosas y estrechas. Las casas son encaladas por primavera para que arraiguen los jazmines, los geranios y las madreselvas. La vieja ciudadela se dispersa entre sus barrios, que reciben los nombres de Albayín, El Brocal y La Fuente. Entre ellos se levanta el campanario de la iglesia de la Virgen del Rosario, blanca y mudéjar, como todas las de por aquí.Las playas de Salobreña son dos: La Guardia y el Peñón; una gran roca surgida de la mar, antaño un islote, las separa. La primera es solitaria y tranquila; la segunda, bulliciosa y agitada por las numerosas urbanizaciones que se suceden frente a ella.
Motril
Motril no está a orillas del mar. La segunda ciudad más habitada de la provincia de Granada queda tierra adentro, en el corazón de un fértil llano rodeado por montañas inexpugnables. Pese a todo, nada impide que Motril disfrute de hasta siete playas, cada una distinta, propia y única. Los campos de cultivo que llegan hasta la línea arenosa de la mar están sembrados de mango, banana, aguacate, chirimoya, papaya o guayaba.En la ciudad, un dédalo de avenidas y alamedas parecen conducir hasta el cerro donde se asienta el santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. Siglos antes, este sitio fue palacio de descanso para la Sultana Aixa, la madre de Boabdil, último Rey árabe de Granada. A los pies del santuario se extiende el parque de los Pueblos de América,un pulmón verde en el centro de una comarca verde. La iglesia mayor de la Encarnación es mudéjar y la Casa de la Palma es hoy centro de cultura, cuando ayer fue ingenio de origen musulmán. Tal pasado queda fielmente reflejado en el Museo Preindustrial del Azúcar, que se ubica en su interior.Hay otros rincones más hacia el Este. Tienen nombres evocadores y sonoros, como Castel de Ferro, La Mamola o La Rábita. Todos ellos comparten un mismo origen. Hace años, no muchos, eran sencillos poblachos de pescadores. Hoy lo siguen siendo, pero no tanto. Recostados sobre las laderas bravas de la sierra de la Contraviesa, este puñado de caseríos blancos sigue guardando el mismo tipismo, a misma esencia que antaño. El Mediterráneo vela por sus encantos.
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