Este año se celebra el trescientos aniversario del nacimiento del escultor Torcuato Ruiz del Peral, una de las figuras más destacadas del arte barroco español.
Ruiz del Peral, nacido en 1708 en Exfiliana, a 5 km. de Guadix, desarrolló en esta ciudad gran parte de su producción artística, de la que se encuentran además ejemplos en Lucena (Hospital de San Juan de Dios), Valladolid (Virgen Dolorosa), Granada (Santa María de la Alhambra, Santos Justo y Pastor), Cádiz (Cabeza de San Juan Bautista del Oratorio de San Felipe Neri), Baza (San Jerónimo) etc.
Bajo el título “Torcuato Ruiz del Peral y la escultura española del S. XVIII. En el tercer centenario de su nacimiento (1708-2008)”, historiadores del arte de nuestro país analizan la obra de Ruiz del Peral, considerado como broche de oro a la escuela barroca andaluza y granadina. El curso no se limita al estudio de su obra, sino que la analiza en el contexto nacional e internacional, a través del estudio de las escuelas sevillana, murciana o vallisoletana, así como de sus influencias.
Barroco del XVIII
Ruiz del Peral realiza su obra en el siglo XVIII, como colofón del arte barroco. Para el director del curso, el Prof. Antonio Calvo Castellón (Universidad de Granada), “la recapitulación plástica de Torcuato, lejos de la perpetuación estéril de unos modos y modelos tradicionales, plantearía una tentativa renovadora a partir de la agudización de un realismo, en ocasiones inmisericorde, y una manera de componer a veces en sintonía con la plástica barroca europea”.
La exacta valoración del arte de Ruiz del Peral, señala, “pasa forzosamente por el contraste con otras realidades plásticas. La de la escultura y pintura granadina del siglo XVIII, pero también la de otros pujantes focos escultóricos del país. En primer lugar la Corte que, con la llegada al trono de la nueva dinastía, promovería la apertura a los influjos franceses e italianos”.
La renovación y diversificación del barroco español vino de la mano de este cambio de dinastía que, lejos de plantearse en contradicción, dio lugar a una realidad plástica, la del XVIII, en permanente dialéctica entre lo extranjero y lo nacional, entre la madera y el mármol, entre el barroco y el clasicismo.
En este contexto, el estudio de la obra de Ruiz del Peral muestra a un imaginero que tuvo a la Iglesia como su principal valedora; pero que supo tener una mirada propia a la espiritualidad y al culto en el siglo complejo en el que le tocó vivir, debatido entre una religiosidad formulista, muchas veces supersticiosa y escasamente doctrinal, pero de gran arraigo popular, y un selecto catolicismo ilustrado que desde posiciones críticas propugnaría un cristianismo más racional e interiorizado.
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